Ya he comentado varias veces lo de mi vagancia. Lo que no he dicho es que no puedo estar parado. Eso me ha llevado a tener sobre la mesa tres guiones de cine. Uno está rematado y no admite más versiones. Cualquier retoque implica una nueva película y no es el caso. Se trata de una comedia fantástica cuyo presupuesto -ya ha sido presupuestado y hecho plan de rodaje- está en 5,4 millones de €. La cosa pinta jodida y además -esto no lo sabe nadie- he decidido que no quiero dirigirla. Cuando se enteren mis socios, o me matan o me montan una fiesta.
El segundo es un
thriller, basado en una novela de la que obtuve los derechos hace años. Cuando tenga al actor que quiero conseguiré montar la película, mientras tanto, a esperar, que es lo que hacemos los que nos dedicamos a este jodido negocio.
El tercero es un drama, lo ha escrito un amigo y yo le estoy dando forma. Pensé que me iba a costar menos tiempo, pero los cambios se me resisten y, aunque los tengo claros y desarrollados, me cuesta encajarlos en la estructura actual. Tendré que coger el hacha y ser inmisericorde; sólo entonces se consigue avanzar. Será mi próxima película. Tendré que reunir 3 millones de euros y parece que lo conseguiré. Es mucha tela, pero tengo mucha labia.
Y como soy muy vago, estoy a punto de dar por finalizado el guión del capítulo piloto de un proyecto de serie para televisión. La biblia ya está escrita. Esto lo hago con un amigo, colaborador, socio, más vago que yo. No creo que ninguna cadena tenga los cojones para hacerla, pero al menos estoy seguro de que les vamos a llenar de incertidumbre a todos los que lo lean. Dentro de dos meses informaré sobre la serie. La propuesta es interesante y sé de lo que hablo. Pero como conozco el paño, dudo del traje. Eso sí, si conseguimos montarla, no os vamos a defraudar, quedaréis enganchados.
Mañana me reuno con mi asesor fiscal. Dejo las montañas por un día y me enclaustro en un despacho de Madrid. Tengo que planificar el asalto al poder. Los tiburones me esperan con los dientes afilados. Están dispuestos a soltar pasta, pero sólo entienden el lenguaje de la sangre.